Cásting de Margaret Gilbert #}

Nada podría haber sido más aburrido para la menor de los Gilbert. Ni aunque la persona más aburrida del mundo le hubiera explicado la más aburrida de las historias hubiera podido estar más aburrida que entonces. Había estado tres horas en la misma posición. Tres horas abrazando sus piernas con sus débiles y pequeños brazos, mirando de vez en cuando al pequeño oso de peluche que sentado frente a ella la miraba con aquellas dos costuras que representaban sus ojos, con una enorme sonrisa, ladeando levemente la cabeza a causa de la gravedad. Tres horas observando la incesante batalla entre el viento y las hojas que se aferraban en un atisbo de vida a la rama a la que pertenecían.
El día parecía seguir el estado anímico de la pequeña, pues estaba gris y mustio, elevando suspiros, esperando que de una vez la lluvia se decidiera a caer.

Sin embargo, pese al aburrimiento que acarreaba la pequeña niña de cuatro años, sentada en el porche, esperando, no pensaba moverse, ni nadie ni nada que no fuera su propia decisión iba a moverla de su posición. Había estado todo un verano fuera, echándolos de menos a todos, a Jeremy, a Elena, a Papá, a Mamá… Y todavía no había visto más que a Tía Jenna y a Jeremy, su hermano mayor, que había estado encerrado en su habitación toda la tarde, por no hablar de las miles de tareas que Jenna parecía tener, como inscribirla en el colegio al que debería asistir todos los días en adelante. Miles de ideas pasaban por la pequeña mente infantil de Maggie, pero solo una la torturaba, y era sin duda, la que le decía que sus padres les habían dejado en casa con Tía Jenna por que ella había sido mala, por que se escapaba del jardín de infancia, porque no le gustaban los demás niños…

Por esa misma razón, no pensaba moverse, pensaba esperar a Elena. Y si hacía falta la esperaría allí toda la noche, porque necesitaba saber que le había pasado a sus progenitores, necesitaba saber que nadie estaba enfadado con ella, que nadie le reprendía nada, que la habían echado de menos. Suspiró una vez más, mirando al frente, con la mirada perdida, dejando que su propio bien venciera a sus ganas de atacar a Elena y robarle algo de interés por ella, necesitaba algo de cariño. Quería a sus hermanos junto a ella, porque había algo en su interior que le decía que algo no iba bien, algo que le decía que papá y mamá no se habían ido por que querían.
Se incorporó, sintiendo las rodillas entumecidas, levantando a su oso, abrazándolo con fuerza, bajando las escaleras con lentitud, agarrándose a la barandilla, sintiendo en su mejilla las primeras gotas de la que sería una buena tormenta de finales de verano. Arrastró sus pies por la acera, comenzando a caminar hacia la carretera, sentándose en el bordillo. Esperándola.


Esperando a su mejor amiga y hermana. Esperando a Elena.